La República Dominicana celebró sus elecciones generales el domingo, un día que resonó con anticipación y aprensión. El presidente Luis Abinader, el actual presidente, buscó un segundo mandato, y su campaña fue impulsada por una narrativa de reactivación económica y una postura dura sobre la inmigración, particularmente en lo que respecta a Haití.
A medida que avanzaba la noche, los resultados preliminares pintaron un panorama decisivo: Abinader consiguió una contundente victoria con un 58,85% preliminar de los votos, evitando la necesidad de una segunda vuelta.
Este triunfo, recibido con júbilo por parte de sus seguidores, solidificó la imagen de Abinader como líder popular, estableciendo paralelismos con su creciente índice de aprobación del 70% en septiembre de 2023.
Su hábil manejo de la pandemia de COVID-19, que vio a la industria turística de la República Dominicana recuperarse a un ritmo sin precedentes, reforzó su posición.
El crecimiento del PIB del 5% proyectado por el Banco Mundial para 2024 amplificó aún más la narrativa del éxito económico bajo su liderazgo.
Sin embargo, bajo el barniz de la victoria se esconde un complejo tapiz tejido con hilos contrastantes de admiración y crítica.
Las políticas de inmigración de línea dura de Abinader, elogiadas por algunos como cruciales para la seguridad nacional, particularmente ante la escalada de la crisis en Haití, han atraído la condena de grupos de derechos humanos y organizaciones internacionales.
Su decisión de erigir un muro fronterizo y supervisar la deportación de cientos de miles de inmigrantes haitianos, si bien resonó en una parte importante del electorado, ha provocado acusaciones de racismo y desprecio por el derecho internacional.
A esta complejidad se suman los rumores de corrupción dentro del círculo íntimo de Abinader, un marcado contrapunto a su cruzada anticorrupción que lo catapultó al poder en 2020.
Los críticos señalan una percepción de falta de voluntad para responsabilizar a quienes están cerca de él, destacando la revelación de los Papeles de Pandora de que expuso la propiedad de Abinader sobre empresas offshore.
Si bien los defiende como restos de leyes corporativas obsoletas, la controversia continúa ensombreciendo su imagen.
Esta disonancia se extiende al enfoque de Abinader hacia Haití. Si bien defiende la ayuda humanitaria para la asediada nación, se niega rotundamente a ofrecer asistencia militar o de seguridad y, en cambio, prefiere fortificar la frontera.
Esta política, respaldada por otros candidatos presidenciales, subraya las ansiedades derivadas de la inestabilidad de Haití y su potencial contagio a la República Dominicana.
Sin embargo, el costo humano de estas políticas es innegable. Han surgido informes de abusos por parte de funcionarios de inmigración dominicanos, incluidas extorsión, violencia e incluso acusaciones de violación, particularmente en Punta Cana, un popular destino turístico.
Estos informes, a menudo amortiguados por el temor a la deportación entre los inmigrantes haitianos, revelan un lado más oscuro de la postura de línea dura de Abinader.
Mientras Abinader se embarca en su segundo mandato, enfrenta la enorme tarea de reconciliar estas realidades divergentes.
Debe lidiar con la desigualdad duradera y el espectro de la inflación, que continúan acosando a muchos dominicanos a pesar de los avances económicos.
Abinader se comprometió a impulsar una reforma constitucional que tiene como objetivo garantizar que la continuidad del poder no dependa del «capricho personal» del presidente en ejercicio.
Si bien este es un paso positivo, su nueva gestión también debería incluir esfuerzos tangibles para abordar los problemas sistémicos que alimentan la desigualdad y la explotación de los migrantes vulnerables.
El camino por delante para Abinader, y de hecho para la República Dominicana, está plagado de complejidades.
Si bien su victoria señala una continuación del status quo, la presión para abordar el costo humano de sus políticas, conciliar el éxito económico con la justicia social y navegar la tensa relación con Haití definirá su legado.
El mundo observa, esperando ver si el segundo mandato de Abinader estará marcado por un progreso genuino o por una profundización de las fallas existentes.