Un hombre libre a la sombra del espionaje: el sinuoso camino de Julian Assange hacia la libertad

En una tranquila mañana de miércoles del 26 de junio de 2024, la remota isla de Saipán, en el Pacífico, se convirtió en el improbable escenario del acto final de un drama legal y político que había afectado al mundo durante más de una década. Julian Assange, el controvertido fundador de WikiLeaks, se declaró culpable de un solo cargo de espionaje en un tribunal estadounidense, consiguiendo su libertad después de 14 años de batallas legales y encarcelamiento.

Esta resolución inesperada se produjo a través de un acuerdo de culpabilidad cuidadosamente negociado con el Departamento de Justicia de Estados Unidos, un acuerdo rodeado de secreto hasta el último momento. 

El lunes 24, Assange fue despertado abruptamente en su celda de la prisión de Belmarsh a las 2 am, una medida que su amiga y editora en jefe de WikiLeaks, Kristinn Hrafnsson, llamó «el último puntapié del establishment británico». 

Luego lo escoltaron rápidamente bajo fuerte vigilancia hasta el aeropuerto de Stansted, donde un avión fletado Bombardier Global 6000 lo llevó rápidamente a Saipán.  La elección de Saipan en sí misma dice mucho sobre las complejidades del caso. 

Assange, que albergaba una profunda desconfianza hacia el gobierno estadounidense, se negó a poner un pie en el continente. 

Saipan, un territorio estadounidense a miles de kilómetros de Washington D.C., ofreció un compromiso: un tribunal estadounidense lo suficientemente cerca de Australia para su eventual regreso a casa.

En la sala del tribunal de Saipan, Assange lucía una figura sorprendentemente relajada, vestido con una chaqueta negra y una corbata marrón. 

Admitió haber conspirado para obtener y revelar documentos clasificados de la defensa nacional de Estados Unidos, reconociendo que era una violación de la Ley de Espionaje. 

Sin embargo, mantuvo su creencia de que sus acciones, como periodista, estaban protegidas por la Primera Enmienda, una creencia compartida por muchos defensores de la libertad de prensa.

La jueza Ramona Manglona, ​​que presidió la audiencia, condenó a Assange a 62 meses, tiempo que ya cumplió durante su encarcelamiento en el Reino Unido. 

Reconoció la importancia del momento, deseó a Assange un feliz cumpleaños anticipado y expresó su esperanza de paz. La noticia de su liberación provocó una ola de reacciones en todo el mundo. 

La esposa de Assange, Stella, se declaró «alegre», mientras que su madre, Christine, expresó su inmensa gratitud por el fin del «sufrimiento» de su hijo. 

El primer ministro australiano, Anthony Albanese, que había presionado activamente para la liberación de Assange, habló con él por teléfono después de su llegada a Canberra, elogiándolo por sus «generosos elogios» a los esfuerzos del gobierno australiano.

Sin embargo, el acuerdo de culpabilidad también generó preocupaciones sobre sus implicaciones para el periodismo y la seguridad nacional. 

Jameel Jaffer, un destacado defensor de la Primera Enmienda, consideró el resultado como una «catástrofe de la libertad de prensa evitada», pero reconoció el peligroso precedente que sentó. 

Advirtió que la condena podría ser utilizada por futuras administraciones para atacar a periodistas y por otros países para justificar medidas represivas contra la libertad de prensa.

El ex vicepresidente de Estados Unidos, Mike Pence, condenó rotundamente el acuerdo y lo calificó de «error judicial». 

Se opuso a cualquier acuerdo de culpabilidad que permitiera a alguien que «puso en peligro la seguridad de nuestro ejército» evitar la prisión.

La historia de Assange, sin embargo, se remonta mucho más allá de la sala del tribunal de Saipán. 

En 2010, WikiLeaks saltó a la fama mundial con la publicación de documentos filtrados de Chelsea Manning, que exponían las víctimas civiles en Irak y Afganistán, las controvertidas tácticas militares estadounidenses y los cables diplomáticos secretos. 

Estas filtraciones, aclamadas por algunos como actos cruciales de transparencia y condenadas por otros como un peligro imprudente para la seguridad nacional, transformaron a Assange en una figura polarizadora.

Sus años siguientes estuvieron marcados por batallas legales, un exilio autoimpuesto en la embajada de Ecuador en Londres y un encarcelamiento en Belmarsh, una prisión de alta seguridad famosa por albergar a sospechosos de terrorismo. 

En todo momento, Assange mantuvo su inocencia, alegando que los cargos tenían motivaciones políticas y estaban diseñados para silenciarlo.

Su liberación, impulsada por un cambio en la opinión pública, la intensa presión diplomática de Australia y la posibilidad inminente de una lucha legal prolongada por su extradición, ha hecho poco para sofocar el debate en torno a sus acciones.

En Australia, donde Assange finalmente aterrizó como hombre libre el miércoles por la noche, el público sigue dividido. 

Si bien una encuesta indicó que la mayoría de los australianos apoyaban cerrar su caso, el ex ministro de Relaciones Exteriores Alexander Downer insistió en que las acciones de Assange eran criminales y moralmente reprensibles, independientemente de su nacionalidad.

El propio Assange ha permanecido en silencio desde su liberación, retirándose a la privacidad de su familia en Australia. 

Se desconocen sus planes futuros, pero una cosa es segura: la saga de Julian Assange, con su intrincada red de espionaje, intriga política y debates polémicos sobre la libertad de prensa, seguirá siendo analizada y debatida en los años venideros. 

Su caso se ha convertido en un claro símbolo del impacto de la era digital en la transparencia del gobierno, la denuncia de irregularidades y el delicado equilibrio entre la seguridad nacional y el derecho del público a saber.

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