El 22 de septiembre de 2025, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, y el secretario de Salud y Servicios Humanos, Robert F. Kennedy Jr., anunciaron en una conferencia de prensa en la Casa Blanca que las mujeres embarazadas debían evitar el acetaminofén (paracetamol, comúnmente conocido como Tylenol), alegando que este analgésico común causa autismo en niños.
Trump aconsejó a las futuras madres que «aguantaran» en lugar de tratar el dolor o la fiebre, calificando el anuncio como «uno de los más importantes en la historia del país».
La declaración ha generado alarma y confusión generalizada entre profesionales médicos, investigadores y padres de todo el mundo.
La afirmación de la administración Trump contradice los hallazgos del estudio más amplio y riguroso jamás realizado sobre este tema.
Publicado en JAMA en abril de 2024, investigadores suecos analizaron datos de casi 2,5 millones de niños nacidos entre 1995 y 2019, a quienes les realizaron un seguimiento de hasta 26 años.
Los investigadores principales, Viktor Ahlqvist, Renee Gardner y Brian Lee, emplearon sofisticados métodos de comparación entre hermanos, examinando más de 45.000 parejas de hermanos en las que al menos un hijo tenía diagnóstico de autismo.
Su innovador enfoque comparó a niños nacidos de la misma madre que habían usado acetaminofén durante un embarazo pero no en el siguiente, controlando eficazmente factores genéticos y ambientales que estudios previos no habían podido considerar.
El análisis poblacional inicial del estudio sueco mostró una asociación marginal entre el uso de acetaminofén y el autismo, con una diferencia de riesgo absoluto de tan solo el 0,09 % a los 10 años.
Sin embargo, cuando los investigadores realizaron análisis de control entre hermanos, esta asociación desapareció por completo.
Los niños expuestos al acetaminofén en el útero no tuvieron mayor probabilidad de desarrollar autismo, trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH) o discapacidad intelectual, que sus hermanos no expuestos.
El cociente de riesgos instantáneos fue de 0,98 para el autismo, 0,98 para el TDAH y 1,01 para la discapacidad intelectual, lo que prácticamente no mostró ninguna diferencia.
Incluso con las dosis más altas examinadas, no se observó ninguna relación causal.
Investigadores japoneses replicaron de forma independiente estos hallazgos utilizando métodos similares de comparación entre hermanos en una población donde casi el 40% de las madres reportaron el uso de acetaminofén durante el embarazo, en comparación con menos del 10% en Suecia.
A pesar de las marcadas diferencias en los patrones de uso y los antecedentes genéticos, las conclusiones se mantuvieron idénticas: no hay evidencia de un mayor riesgo de autismo al comparar a hermanos.
Las organizaciones médicas profesionales han rechazado firmemente las afirmaciones de la administración.
El Colegio Americano de Obstetras y Ginecólogos y la Sociedad de Medicina Materno-Fetal reiteraron que el acetaminofén sigue siendo el analgésico y antipirético más seguro durante el embarazo cuando se usa en la dosis efectiva más baja durante el menor tiempo posible.
Enfatizaron que la fiebre alta no tratada durante el embarazo presenta riesgos documentados para el desarrollo fetal, incluyendo defectos del tubo neural y parto prematuro, mientras que la depresión y la ansiedad maternas pueden conducir a una atención prenatal deficiente, preeclampsia y otras complicaciones graves.
Sura Alwan, instructora clínica de genética médica en la Universidad de Columbia Británica, explicó que la interpretación de la administración malinterpreta fundamentalmente la diferencia entre asociación y causalidad.
Los pocos estudios observacionales que muestran correlaciones débiles adolecen de fallas metodológicas críticas, incluyendo la confusión por indicación, donde la condición subyacente que requiere tratamiento, y no la medicación en sí, podría explicar los patrones observados.
Las mujeres que toman acetaminofén a menudo lo hacen debido a fiebre, infección o dolor crónico, afecciones que, en sí mismas, se vinculan con resultados alterados en el embarazo.
Los científicos enfatizan que el autismo tiene un fuerte componente genético, con estimaciones de heredabilidad de alrededor del 70-80%.
Los hermanos de personas autistas tienen entre 10 y 20 veces más probabilidades de ser diagnosticados, y muchos padres presentan rasgos autistas sin un diagnóstico formal. Investigaciones recientes indican que el riesgo poligénico materno de TDAH se correlaciona tanto con el dolor del embarazo como con el uso de acetaminofén, lo que sugiere que los factores genéticos impulsan tanto la necesidad de medicación como los resultados del desarrollo neurológico en los niños.
La declaración de consenso de Kennedy y Trump hace referencia a un metaanálisis de Salud Ambiental de 2025 de 46 estudios que encontró «evidencia de asociación» entre el acetaminofén prenatal y el autismo.
Sin embargo, los propios autores del estudio reconocieron graves limitaciones: medición inconsistente de la exposición, falta de consideración de las afecciones subyacentes y la desaparición de las asociaciones en los análisis controlados por hermanos.
El autor principal, Andrea Bacarelli, de la Escuela de Salud Pública de Harvard, declaró explícitamente que la asociación no demuestra causalidad y que el acetaminofén sigue siendo importante para tratar el dolor y la fiebre durante el embarazo.
La comunidad autista ha respondido con especial preocupación a la retórica de la administración.
Los investigadores brasileños Ergon Cugler y Arthur Ataide Ferreira García, ambos autistas, condenaron la narrativa por perpetuar una lógica eugenésica peligrosa que patologiza la discapacidad y deshumaniza a las personas autistas.
Señalaron la descripción deshumanizante de Kennedy de las personas autistas como personas que «nunca pagarán impuestos, nunca tendrán trabajo, nunca jugarán béisbol», argumentando que este discurso prepara el terreno para políticas que niegan la dignidad y promueven la supresión en lugar del apoyo y la inclusión.
El verdadero peligro, advierten los expertos médicos, es que los mensajes alarmistas disuadan a las mujeres embarazadas de tratar sus necesidades médicas legítimas, lo que podría causar un daño mayor que cualquier riesgo no comprobado del acetaminofén.
Las enfermedades maternas no tratadas plantean peligros documentados que superan con creces las preocupaciones especulativas planteadas por la administración.
A medida que avanza la investigación, el consenso científico sigue siendo claro: no hay evidencia creíble que establezca que el acetaminofén cause autismo, y las mujeres embarazadas deben consultar a profesionales de la salud en lugar de declaraciones políticas al tomar decisiones médicas.