El paseo por la cuerda floja de Joe Biden: una nueva prohibición de asilo enciende una tormenta

El presidente Joe Biden detonó una bomba política al revelar una amplia prohibición de asilo en la frontera entre Estados Unidos y México el martes. 

Ante un incesante aumento de inmigrantes y una creciente presión en un año electoral, la medida apunta a frenar los cruces ilegales restringiendo el acceso al asilo para aquellos atrapados entre los puertos de entrada. 

Esta controvertida decisión, si bien apunta a «obtener el control de la frontera», ha provocado un furioso debate, exponiendo el panorama profundamente fracturado de la política de inmigración estadounidense.

La proclamación de Biden, que entró en vigor poco después de la medianoche, pende como una espada de Damocles sobre los migrantes que buscan refugio. 

Cuando las detenciones diarias superan las 2.500 durante una semana, se activa la prohibición, impidiendo efectivamente el asilo a quienes cruzan ilegalmente. 

Si bien existen exenciones para menores no acompañados, aquellos que enfrentan amenazas graves y víctimas de trata, la política se hace eco de las restricciones de la era Trump, lo que desató una tormenta política.

La Unión Estadounidense de Libertades Civiles, ACLU, feroz defensora de los derechos de los inmigrantes, no ha perdido el tiempo y ha lanzado un recurso legal, considerando la prohibición «ilegal» y una traición a los compromisos de Estados Unidos. 

Lee Gelernt, el abogado de la ACLU que encabezó impugnaciones exitosas contra una prohibición similar de Trump, declaró: «Tenemos la intención de demandar. Una prohibición de asilo es ilegal tal como lo era cuando Trump la intentó sin éxito». Los ecos de las políticas restrictivas de Trump resuenan y proyectan una larga sombra sobre los esfuerzos de Biden.

Para echar más leña al fuego, Trump, que nunca rehuye la refriega, ha utilizado la acción de Biden como munición, acusándolo de «entregar totalmente nuestra frontera sur» y de representar un mero «espectáculo» por conveniencia política. 

Las líneas de batalla están trazadas, y las próximas elecciones presidenciales servirán de telón de fondo para esta explosiva cuestión.

El acto de equilibrio de Biden está plagado de peligros. 

Por un lado, busca apaciguar a los republicanos y a los votantes moderados demostrando una postura dura en materia de seguridad fronteriza, especialmente porque las encuestas lo muestran a la zaga de Trump en política de inmigración. 

Por otro lado, corre el riesgo de distanciarse de su base progresista, que considera que la prohibición es inhumana y una desviación peligrosa de sus promesas de reformar el sistema.

Los alcaldes fronterizos de Texas, al verse atrapados en el fuego cruzado, ofrecen una mezcla de reacciones. 

Si bien muchos reconocen la necesidad de tomar medidas para abordar la abrumadora presión sobre las comunidades fronterizas, algunos expresan preocupación por el impacto de la prohibición en las poblaciones vulnerables. 

El alcalde de Edinburg, Ramiro Garza, haciéndose eco del sentimiento de varios líderes locales, apoya cautelosamente la medida y afirma: «Esto, obviamente, no soluciona todo nuestro sistema, pero es un paso en la dirección correcta para intentar ayudarnos a afrontar este problema». 

Sin embargo, persisten las preocupaciones sobre posibles consecuencias no deseadas.

La comunidad internacional también ha intervenido, expresando profunda preocupación por las implicaciones de la prohibición. 

El Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados, ACNUR, una voz líder para los refugiados, calificó la política de «dura» y que potencialmente niega «el acceso al asilo a muchas personas que necesitan protección internacional». 

La Organización Internacional para las Migraciones, OIM, encabezada por la exasesora de Biden, Amy Pope, si bien reconoció los desafíos que enfrenta Estados Unidos, destacó la importancia de defender el derecho a solicitar asilo mientras se gestiona la migración. 

Biden se enfrenta a críticas tanto de actores nacionales como internacionales, lo que subraya las complejidades del tema.

La defensa de Biden se basa en la naturaleza temporal de la prohibición, argumentando que sólo entrará en vigor cuando las detenciones en la frontera alcancen niveles insostenibles, a diferencia de la prohibición general de Trump. 

Además, la administración enfatiza el uso de la aplicación CBP One, una herramienta digital que permite a los migrantes programar citas de asilo en los puertos de entrada, como una alternativa más segura y ordenada a los cruces ilegales. 

Sin embargo, los críticos argumentan que la aplicación está plagada de fallos y carece de capacidad suficiente, lo que genera largos tiempos de espera y obliga a los migrantes a vivir en situaciones precarias en México.

Sumándose al coro de disidencia, los demócratas progresistas han expresado su desaprobación, argumentando que la prohibición es demasiado punitiva y socava el espíritu de asilo. 

El congresista Joaquín Castro advirtió que la política podría convertirse en una «prohibición funcional de asilo para familias que escapan de la violencia» y sentar un precedente peligroso para futuras administraciones. 

El debate dentro del propio Partido Demócrata pone de relieve las profundas divisiones que rodean esta cuestión.

Para echar más leña al fuego, el ex secretario interino de Seguridad Nacional Chad Wolf, un republicano, desestimó la prohibición calificándola de «muy poca y demasiado tarde», argumentando que no aborda las causas profundas del «abuso de asilo» y no tendrá un impacto significativo en los cruces ilegales. 

Las críticas vienen de todas direcciones y muestran la cuerda floja política que Biden intenta caminar.

A medida que los agentes fronterizos comienzan a rechazar a los inmigrantes bajo la nueva política, la situación sobre el terreno sigue siendo fluida. 

La efectividad a largo plazo de la prohibición, su estatus legal y su impacto tanto en los migrantes como en las comunidades fronterizas aún se están desarrollando, lo que convierte a este en un momento crucial en la actual saga de la política de inmigración estadounidense. 

Una cosa es segura: la cuestión está lejos de estar resuelta y seguirá resonando durante todo el ciclo electoral de 2024.

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